Diario las Americas (Miami)
January 15, 1998
ARLINGTON, Virginia.-- Jimmy Carter promovió los derechos humanos;
Ronald Reagan luchó tanto por la democracia como por frenar
la expansión de la
Unión Soviética; George Bush trabajó por poner
fin a los conflictos
centroamericanos resultantes de la Guerra Fría y su iniciativa
para las Américas
apoyó la liberalización económica, ayudando a
reducir la carga de la deuda
externa.
Si el presidente Clinton inicia las negociaciones del Area de Libre
Comercio de
las Américas (ALCA), nos mostrará, entre otras cosas,
que también tiene una
política coherente hacia el resto del hemisferio; una iniciativa
positiva en la cual se
le otorga a la región un papel importante dentro de la política
internacional de
Estados Unidos y así pasaría a la historia como el presidente
norteamericano que
hizo de la integración una realidad. Pero no habiendo logrado
obtener del
Congreso al autorización de la "vía rápida" para
acelerar las negociaciones del
ALCA, sus consejeros en la Casa Blanca recomiendan que abandone el
asunto y
busque negociar tratados comerciales menos controversiales.
Esto, para Clinton, es una decisión clave. Abandonar las negociaciones
del
ALCA enviaría un mensaje negativo de indiferencia al resto del
hemisferio, lo que
afectaría el legado de su política internacional. Más
aún, disminuiría el liderazgo
económico de Estados Unidos al negar que un mercado más
abierto beneficia la
economía a ambos lados del río Grande. Por esta razón,
el presidente debe
rechazar las recomendaciones de sus consejeros y exigir del Congreso
la
autorización para acelerar las negociaciones del ALCA. Debería,
también,
abordarlo de un modo diferente al que tomó el año pasado,
cuando intentó
acelerarlo tras puertas cerradas, sin dirigirse al público ni
hacer campaña por
obtener su apoyo; así dio a entender que el asunto no era lo
suficientemente
importante como para arriesgar su prestigio. Además, abrió
el camino a sus
opositores para que hicieran campaña en contra del tratado.
En el debate llevado a cabo sobre el TLC, el presidente Clinton demostró
tener
grandes habilidades políticas y una firme creencia en el libre
comercio. Sus
opositores alegaron que al reducir las barreras comerciales, tanto
los trabajadores
como el medio ambiente resultarían perjudicados, y los aliados
demócratas a esa
creencia se sumaron diciendo que el partido también resultaría
perjudicado.
Argumentando que cuando el Congreso bloquea las negociaciones para
reducir
las barreras comerciales, los trabajadores estadounidenses pierden
oportunidades
de empleos mejor remunerados en la producción de bienes de exportación,
el
presidente demostraría el error de sus opositores.
Un buen ejemplo es Chile, país que ha querido negociar un tratado
de libre
comercio con Estados Unidos desde 1993. Canadá y México,
por otra parte,
aceptaron el acuerdo y sus productos entran a Chile sin aranceles o
con aranceles
considerablemente menores a las que pagan las exportaciones de los
Estados
Unidos. Chrysler, por ejemplo, exporta a Chile autos y "minivans" manufacturados
en Canadá y México, pero no los producidos en Estados
Unidos. Nortel, una
compañía canadiense, recientemente obtuvo un contrato
de 180 millones de
dólares en equipo de telecomunicaciones; su éxito se
debió en parte al hecho de
que a compañías líderes en el área, como
lo son Lucent y Motorola, se les aplica
un arancel de 11%, mientras que los del Norte entran a Chile libres
de impuestos.
En Argentina, compañías farmacéuticas estadounidenses
pierden contratos
diariamente debido a que la ley argentina sobre patentes permite abiertamente
la
piratería de medicamentos. Siete copias de Prozac --producidas
sin licencia ni
pagos por derechos intelectuales-- inundaron el mercado argentino antes
de que
la original saliera a la venta, costándole miles de millones
de dólares anuales a
compañías norteamericanas y europeas. Si se negociara
el ALCA, Argentina se
vería obligada a tomar medidas más estrictas en cuanto
a patentes, medidas
observadas por países como Brasil, México y Chile.
El crecimiento de las exportaciones, aumentos en los salarios, normas
modernas y
el respeto a la propiedad intelectual convienen a Estados Unidos y
al resto de
América y deberían ser los principios en que se base
la nueva campaña de libre
comercio del presidente Clinton. Así dejaría un legado
de bienestar y prosperidad
en todo el continente americano.